… Y cómo podemos reconectar con el público
Qué lejos quedaron los días en los que el cine era un refugio. Bastaba con planear ir al cine un sábado o domingo para hacer llevadera una semana triste. Las franquicias, precuelas y secuelas aún no habían fagocitado las salas. El cine comercial aún era audaz, no una fórmula. Y como no había redes sociales, nunca sabías que podías esperar más allá del cartel y un par de nombres. A mí me bastaba con ver el de John Carpenter o Kathleen Turner, mi «crush».
Gente que no vuelve…
En 2019, antes de la pandemia, la asistencia a las salas de cine en España fue de 105,5 millones de espectadores. En 2024, la cifra cayó a 72,9 millones (Rolling Stone en español). El descenso de público no solo afecta a las salas de España: es un problema mundial. Ni los grandes estudios de Hollywood se libran. Un ejecutivo de estudio de Los Ángeles comentó a The Hollywood Reporter a finales de 2024:
Un ejecutivo de un estudio de Los Ángeles comentó a The Hollywood Reporter a finales de 2024:
«El desafío es demostrar a la gente que ir al cine merece su tiempo y dinero».
Tememos que no han sabido demostrarlo. Pero ni el tiempo en ponerse bonito y desplazarse ni el gasto explican por sí solos la fuga de público. Muchos pagan 40 euros o más por un concierto o un partido de fútbol, y lo consideran justo y pasan horas o incluso días haciendo cola para entrar en el espectáculo. También se puede culpar al streaming, los televisores con grandes pantallas, la piratería residual o las nuevas formas de ocio, pero estos no afectan al teatro ni a los conciertos.
El problema es la falta de conexión del cine con el público. Peor aún, el problema es cómo el público percibe las ficciones audiovisuales. El consumo de ficción televisiva y por plataformas también ha descendido.
¿Cuándo fue la última vez que oíste a alguien comentar en la calle una serie actualmente en emisión? Juego de Tronos, Breaking Bad, La casa de papel… dejaron frases, camisetas, memes. El juego del calamar fue viral, pero fugaz. Hoy, es raro ver camisetas de películas o series recientes. Sí que vemos camisetas de Disney, Marvel y Star Wars en mercadillos e hipermercados, pero más por inercia que por un impacto reciente.
Algunas películas y series reciben atención en redes para después caer en el olvido. A veces me sorprendo al encontrar artículos o borradores que escribí sobre series que ya ni recordaba.
El desafecto al cine se refleja en el lenguaje: ya no escuchamos «beso de película», «una puesta de sol de cine», «parece una película». Los amaneceres son de Instagram. Las narraciones, de TikTok.
El cine ya no nos habla… ni nosotros hablamos del cine
Esta desconexión se debe a que el cine parece ignorar lo que el público desea o necesita. Una prueba: el cine ha sido incapaz de crear mitos para nuestro tiempo o iconos que representen nuestros miedos y anhelos. Los mitos de nuestros días son revisiones del pasado.
Para abordar estos puntos, he preparado tres artículos. En el primero, el presente, comento por qué el público ha dejado de considerar el cine como su entretenimiento favorito, y lo que podemos aprender de Taylor Swift sobre cómo conectar con las emociones.
En el segundo, hablaré sobre cómo lograron esa conexión Shakespeare, Rod Serling o Alan Moore.
Y en el tercero, cómo examinar nuestros sueños y el inconsciente colectivo para crear historias que resuenen en las mentes.
El cine ha dejado de ser un sueño lúcido compartido
Distintos estudios sobre hábitos de ocio indican que hoy el público prefiere, en este orden: conciertos, teatro, espectáculos en vivo, salir a comer… y solo después, el cine y la televisión. En realidad, no hacen falta encuestas: lo percibimos. ¿Cuándo fue la última vez que quedasteis varias personas para ir al cine?
(Salir a comer no necesita explicación: ¿quién no prefiere unas tapas o un japonés antes que cocinar y fregar?)

Durante la pandemia, el televisor fue el centro del mundo. Pero con el desconfinamiento, volvieron las ganas de experiencias reales, compartidas. El cine —aunque se consuma en grupo— se percibe hoy como un acto individual. Y las distracciones lo dificultan: móviles encendidos, comedores de patatas, gente que comenta la película en voz alta…
También surge una desconexión emocional cuando una película da prioridad a los efectos digitales y las explosiones sobre las historias y los personajes. Pero incluso sin efectos, muchas parecen escritas por fórmulas sin alma: academicismo, gritos porque sí, chistes clónicos, actores intercambiables, referencias a memes o realities.
Por eso, personajes como el Joker de Joaquín Phoenix, despiertan una fascinación colectiva: creaciones que funcionan dentro del sistema, pero nos hacen creer que no. ¡Hay que vender funkos, tazas y camisetas! Participamos del engaño igual que queremos creer que los huevos etiquetados con «gallinas sueltas en el suelo» han sido puestos con felicidad.
«Vivimos para pagar», dice la sabiduría popular. Y Joker representa un caos que nos gustaría provocar o en que habitar, al menos por unas horas.
Lo humano es el nuevo espectáculo
El 29 de mayo de 2024, Taylor Swift dio su primer concierto en Madrid. Cuatro días antes, bajo 34 grados, miles de jóvenes hacían cola. Muchos pagaron entre 80 y 500 euros. Algunos, hasta 2000, en reventa. A eso hay que sumar hoteles, trenes, taxis, comidas acampando noches sin dormir. Para ellos, todo valió la pena, aunque la vieran diminuta desde las últimas filas del estadio. Porque la energía de su presencia atravesó la distancia. Los asistentes podrían haber escuchado la grabación del concierto cómodamente desde sus casas, ver los primeros planos de su artista… pero no es lo mismo. Esa experiencia no se replica en un móvil ni en un portátil.
La ciencia lo confirma. Un estudio del University College de Londres demostró que asistir a un musical en vivo genera picos cardíacos más altos que verlo grabado. Según el profesor Joseph Devlin, esto ocurre porque las emociones se amplifican cuando compartimos el espacio.
No necesito la ciencia, lo sé. Lo sé. En el último año, me he convertido en espectador asiduo a las representaciones de una compañía de teatro aficionado que hace vibrar al público con comedias dramáticas. Destaca principalmente el elenco femenino. Cada actriz se mimetiza con su personaje para salir de sus rutinas, llegando al desahogo e incluso la catarsis. El público ríe y aplaude a rabiar. Es una compañía de aficionados, sí, pero lo que cuenta y cómo lo cuentan —con auténticas ganas—, toca a la gente.
El truco, no-truco de Taylor Swift
¿Y cómo consigue Taylor Swift ese vínculo emocional? En sus canciones no solo cuenta lo que hace. También dice cómo se siente, cómo le afectan el desamor, las amistades traicionadas, las ilusiones rotas. «Eso me pasó a mí», dicen sus seguidores.
Encuentra palabras para emociones difíciles de expresar. Y eso lleva a muchos a pensar: «Ella lo ha dicho muy bien». (Con ritmo y cadencia, a menudo cercana al pentámetro yámbico del teatro isabelino).
El cine, si quiere recuperar su lugar, debe aprender de ese modo de crear vínculos. No es poner que el personaje a llorar o que se muestra vulnerable porque un algoritmo narrativo o una fórmula lo diga.

¿Cuál fue la última película que te llevó a decir: «me siento como el personaje», o «eso me ha pasado», o «así me siento yo»?
Sin embargo, en Hollywood, en lugar de buscar autenticidad en los guiones, creen que para conocer al público deben hacer encuestas semanales sobre hábitos de consumo: ¿qué beben?, ¿qué suavizante usan?, ¿qué películas querría ver un consumidor de pastillas para la tos?
¿Preguntaba Shakespeare si su público prefería perros o gatos? No. Y, sin embargo, consiguió que muchos dejaran de ir a peleas de perros y osos para escuchar obras en verso. Porque Shakespeare tenía los ojos y los oídos abiertos a la calle, a la gente, a la vida. Igual la gente quiere ver, pero ante todo, quiere ver personas. Quiere reconocerse. Quiere sentir que una historia le está hablando al corazón.
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En el siguiente artículo, entraré en cómo creadores como Shakespeare, Rod Serling o Alan Moore convirtieron los miedos y anhelos de su tiempo en ficciones que aún se comentan e influyen.
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