Cómo crear un personaje icónico para conectar con el público (2 de 5)

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    Por qué el cine ya no nos habla — 2 de 5

    —Tú sabes que cada época tiene sus monstruos —le digo a Mo, mi mujer.

    Desde el otro lado del sofá, aparta un momento la mirada de la pieza de Lego que monta y me observa con cierta condescendencia. Sospecha que estoy a punto de «mansplainear», de soltarle que Drácula transgrede la moral victoriana; que Godzilla representa el miedo a la energía nuclear descontrolada; que los zombis encarnan el temor a perder la identidad formando parte de una sociedad mentalmente achatada.

    Son ejemplos que me vienen a la cabeza, pero detengo la deriva mental ante la mirada de Mo. Así que atajo:

    —Quiero crear un monstruo que represente nuestro tiempo. ¿Cómo sería? ¿Se te ocurre algo?

    —El capitalismo.

    —¿El capitalismo?

    —Mira la factura de la luz.

    Ay. No podemos prescindir del aire acondicionado durante el agosto sevillano. (Me pregunto si los negacionistas del cambio climático trabajan en empresas eléctricas).

    Esperaba que Mo dijera la infoxicación, la incertidumbre ante el futuro, la estupidez rampante o la adicción a las redes (¿qué haría un nuevo Rod Serling con este material? —lo veremos en otro artículo, lo prometo). Pero dijo «el capitalismo».

    Es difícil dar forma a este monstruo. Sí hemos visto a sus hijos: tiburones como Gordon Gekko (Wall Street) o Jordan Belfort (El lobo de Wall Street); ególatras criminales como Patrick Bateman (American Psycho); desheredados como el Joker de Joaquin Phoenix; desesperados como los participantes de El juego del calamar; desencantados como Tyler Durden (El club de la lucha); y tecno-arribistas como Mark Zuckerberg (La red social).

    Pero el capitalismo como tal, ¿qué rostro tiene? Solo sabemos que es voraz, que muta: ha pasado de las fábricas y las oficinas a los dispositivos electrónicos. Con sus mil ojos algorítmicos sabe qué decirnos para seducirnos. Nos promete éxito, libertad y placer… Y nos devuelve sucedáneos: el éxito es una axila blanca; la libertad, un coche a pagar en 7 años; el placer, una hamburguesa de 20 euros traída a domicilio. Pero oye, «todo está mal, pero vamos a por unas birras, tu placer único, que esto todavía lo podemos pagar». Y si todo se pone cuesta arriba, practica el estoicismo.

    El capitalismo es un vampiro al que invitamos a entrar en casa. (Folletos en el buzón, anuncios en televisión, redes sociales). Después te muerde, pero no te convierte en un poderoso y atractivo aristócrata, sino en el siervo trastornado que come insectos vivos o busca likes mientras considera que hace algo grande o quizás ambas cosas a la vez con el hashtag #challenge #EatLiveBugs.

    Un monstruo contra el que no caben estacas —que vendería como leña— ni balas de plata —que reciclaría como charms de pulseras de teletienda— ni ajos —que colocaría a un 200 % más caro en tu súper de confianza. Un monstruo invencible. El filósofo Mark Fisher escribió que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

    Es un monstruo que reconocemos, pero ¿cómo darle forma?

    Para ello tomaré como referentes dos monstruos icónicos de los 80 que, de una u otra forma, son pesadillas encarnadas del capitalismo durante su época más febril —cuando un argumento de película habitual era «cómo ganar mi primer millón de dólares»—: Freddy Krueger y los gremlins. Descubriremos por qué se convirtieron en criaturas icónicas y perviven en nuestros días. Esto no solo servirá para crear un monstruo: nos dará un sistema de pasos para construir cualquier personaje memorable, como veremos al final del artículo.

    De hecho, el capitalismo ya se cuela en nuestros sueños como Freddy («¿cómo voy a llegar a fin de mes?»), se camufla como un cazador invisible (¡spam, spam, spam!), se multiplica como Gremlins (impuestos, facturas) o se disfraza de inocente juguete («juega gratis y cuéntame sobre ti»).

    Freddy Krueger

    «¡Freddy mata, Freddy mata!»

    Recuerdo haber leído en un periódico de los 80 que ese era el grito de muchos adolescentes en Estados Unidos durante las proyecciones de la segunda entrega de Pesadilla en Elm Street. No puedo corroborarlo. Así que quizá sea un falso recuerdo. Un ejemplo de cómo Freddy Krueger ha pasado a formar parte de la cultura popular.

    El hombre del saco al revés

    «Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá», cantan las madres españolas. Ellas no son las únicas en entonar canciones de cuna de terror. En Rusia te come el lobo; en Brasil, una mujer cocodrilo; en Francia, un ogro. Cuando el bebé que no duerme no es alimento, soporta torturas. En Italia te secuestra el hombre del saco; en Islandia te caes a un pozo de fantasmas y, en Estados Unidos, te caes de la cuna y te abres la cabeza.

    Estas terroríficas canciones para dormir bebés están en la memoria popular y permiten que Freddy Krueger sea universal porque rompe un mito: Krueger es el hombre del saco al revés. Mientras que el coco o el hombre del saco amenaza a los niños que no duermen, Krueger mata a los niños y adolescentes que duermen. Él es quien abre la cabeza mientras te duermes. Convierte el refugio en trampa. Los sueños para escapar del día se vuelven pesadillas.

    Apelar a la memoria popular o el subconsciente colectivo es importante para crear un icono popular. Pero no basta con esto. La creación de Craven tiene más de ciencia que de idea luminosa. En distintas entrevistas, Craven contó la génesis de Freddy.

    La idea primigenia: un recuerdo infantil

    Siendo niño, Craven vio una noche desde su ventana cómo un hombre borracho con un sombrero fedora le sonrió provocándole un escalofrío. Los clásicos asesinos de hacha y cuchillo se cubren el rostro con sacos, máscaras o no muestran emociones. Freddy, en cambio, exhibe su rostro quemado y sonríe.

    Noticias curiosas y espeluznantes

    Años más tarde, Craven se topó con tres artículos de Los Angeles Times sobre personas que murieron mientras soñaban. Con esto, Craven diferenció a Krueger de otros amigos de la sangre: puedes huir de Jason o Michael Myers, pero de Freddy no puedes escapar ni esconderte.

    No hay ninguna descripción de la foto disponible.
    Lo corriente realza lo espeluznante. Como las damas de la corte que se hacían acompañar de enanos para parecer más altas, Freddy usa ropa vulgar para que sus garras parezcan más letales.

    Elementos icónicos

    Y luego, el empeño casi científico de Craven en diseñar un monstruo que se quedara grabado en el subconsciente —lo que me inspira en mi propia búsqueda.

    El sombrero

    El sombrero fedora lo tomó Craven directamente del hombre que lo asustó. Craven se percató que lo más aterrador no es lo extraño, sino lo familiar convertido en amenaza. («Abres la puerta y encuentras a un niño con una pistola. Eso es verdadero terror», afirmó Hitchcock).

    El sombrero convierte a Freddy en un hombre cualquiera, el vecino respetable. No necesita máscara porque su horror radica en ser reconociblemente humano. El contraste con el rostro quemado es lo que convierte un sombrero común en icónico.

    Los guantes

    Según cuenta Craven en distintas entrevistas: cada monstruo memorable necesita un arma única. La motosierra de Leatherface (La matanza de Texas), el machete de Jason (Viernes 13), la máscara de Michael Myers (Halloween) que, recordemos, es el rostro del capitán Kirk (Star Trek) invertido.

    Para el guante, Craven partió de un miedo primitivo:

    «El temor que tienen los humanos a los depredadores, y las cuchillas de Krueger representan las garras, dientes y cuernos de esos animales».

    Aquí Craven recurre a una regla básica del terror: la inversión: que las personas sufran los horrores que infligen a los animales mientras los cazan o los matan cruelmente por diversión. (Todo para que después un rider en patinete lo entregue ya cocinado, sin atisbo de sangre ni nervios, como si hubiera caído de una nube).

    El suéter

    El famoso suéter de Freddy lo concibió Craven tras leer en Scientific American que los colores que más chocan a la retina humana son el verde y el rojo. (Breve tip contra el bloqueo del escritor: ducharse, limpiar la cocina o dar un paseo pueden funcionar, pero también —y con frecuencia no se menciona— pasar más tiempo leyendo novelas y revistas científicas que redes sociales).

    Freddy contra las urbanizaciones de clase media

    Pero Craven no se contentó con la peculiar imagen de Krueger ni la poderosa idea de matar a personas que buscan refugio en el sueño. Rompió el molde del asesino como brazo ejecutor de la biempensante sociedad americana. Leatherface, Jason y Michael Myers ejecutaban a jóvenes que no se comportaban según la moral conservadora de la época, pero principalmente a quienes tenían sexo fuera del matrimonio o fumaban porros. Una mujer empoderada moría; pero la «chica buena», sobrevivía. Así nació el cliché de «la última chica superviviente».

    Por el contrario, Freddy Krueger no tenía reparos en matar a jóvenes abstemios o chicas vírgenes. Su intención era vengarse de los hijos de quienes lo ajusticiaron. Freddy existe porque la «ejemplar» comunidad blanca, acomodada, se comportó como un monstruo colectivo. La justicia falló —malditos tecnicismos— y dejó que el pederasta Krueger se librara de ir a prisión.

    Estos padres no matan a Freddy para proteger a sus hijos, sino porque la presencia de Freddy choca con la imagen idílica que quieren conservar. De hecho, durante la saga vemos padres ausentes y representantes de instituciones despreocupados por la suerte de los menores de edad. Por todo esto, algunos estudiosos del cine apuntan que Freddy Krueger es un golpe al sueño de la clase media que se cree segura en una bonita urbanización a las afueras.

    Teatralidad

    Y luego está el aderezo: la teatralidad de Robert Englund, el espectáculo gore, las muertes retorcidas, la ruptura de la cuarta pared. Freddy es una estrella pop: pero en lugar de rasgar una guitarra, desgarra cuerpos.

    Icono pop

    Freddy representa el hedonismo, el libertinaje, la violencia sin culpa. El reverso de Tom Cruise y Michael J. Fox luchando por su primer millón de dólares siguiendo las reglas. No es raro que los jóvenes de los 80, sin un futuro claro por delante, lo adoptaran como icono pop. Freddy dinamitaba un sueño que sabían que probablemente nunca alcanzarían. «Un chalet y un Mercedes» decían muchos españoles de entonces.

    El año que se estrenó Pesadilla en Elm Street (1984), los jóvenes escuchaban canciones sobre la precariedad laboral como la irónica Money for Nothing de Dire Straits o She Works Hard for the Money de Donna Summer. En España sonaba: «¡No tengo dinero, no, no, no! ¡No tengo dinero, no, no, no, no!», de Righeira.

    Los Gremlins

    «Cute. Clever. Mischievous. Intelligent. Dangerous» (Lindos. Ingeniosos. Traviesos. Inteligentes. Peligrosos).

    El lema en el póster de Los Gremlins.

    El póster en español no fue sutil: «Graciosos. Listos. Malvados. Inteligentes. Peligrosos».

    En cualquier caso, estas criaturas se colaron en el lenguaje popular: «Más peligroso que bañar a un gremlin», «vuelvo de vacaciones y me pongo como un gremlin», «me duele la barriga como si fuera a parir un gremlin».

    Pero los gremlins que conocemos por cine no fueron siempre así. Son un ejemplo de cómo una ocurrencia se convierte en folklore y más tarde en producto de Hollywood.

    La idea primigenia: una broma entre pilotos

    Durante la Segunda Guerra Mundial, los pilotos británicos culpaban a unos duendecillos llamados gremlins de las averías inexplicables en sus aviones. (Uno de estos pilotos, Roald Dahl, escribió un relato donde los gremlins ayudaban a los ingleses contra los nazis). Los soldados estadounidenses llevaron la leyenda a sus casas. Con el tiempo se hizo popular culpar a los gremlins de las averías de coches y electrodomésticos. Décadas después, cuando el guionista Chris Columbus no podía dormir por ruidos en el ático, pensó que podrían ser gremlins. El resto es historia.

    Pero lo interesante no es de dónde vienen, sino cómo el cine los hizo populares y por qué perviven.

    Juego con la memoria colectiva sobre el cine

    «Los Gremlins es una serie de parodias astutas, inspiradas en escenas cinematográficas tan básicas que se quedan grabadas en nuestro subconsciente», escribe el crítico y guionista Roger Ebert. A continuación enumera algunas de esas escenas básicas: la tienda china misteriosa, las reglas que se deben cumplir, el regalo de un perrito por Navidad…

    ¿Por qué son «parodias astutas»?

    Las parodias suelen funcionar por exageración (más grande, más pequeño) o por contraste. Un ejemplo: en Algo pasa con Mary, el lindo gatito juega al póker, bebe y seduce a la vecina anciana.

    En Los Gremlins, las parodias funcionan por tergiversación: el regalo no es un perrito con deseos sexuales o que beba cerveza, el regalo es «otra cosa»; el bazar chino parece fuera del tiempo y el niño que vende a Gizmo no dice treinta reglas absurdas, solo tres, pero no explica las consecuencias de incumplirlas.

    Las parodias astutas de Los Gremlins no olvidan ningún detalle. El mago de Oz (izquierda) y Los Gremlins (derecha)

    Las reglas que se deben cumplir

    «No exponerlos a la luz brillante, no mojarlos y no alimentarlos después de la medianoche» son reglas que evocan los cuentos de hadas y los relatos bíblicos. No son muy diferentes de «no comas esa manzana», «no abras esa puerta», «no atravieses el bosque».

    Reglas que los personajes violan con consecuencias fatales. Ícaro se estrella por la ambición, Caperucita se pone en peligro por apartarse del camino, y Pandora abre la caja por curiosidad.

    Pero Columbus y Dante le dan una vuelta de tuerca: el protagonista de Los Gremlins no es rebelde, ni curioso ni ambicioso. Solo un agobiado empleado de banco. Incumple las reglas por pura dejadez. ¿Cuántas mascotas regaladas en Navidad no acaban descuidadas?

    La fascinación por la dualidad

    La dualidad atrae al público: Jekyll vs. Hyde, Walter White vs. Heisenberg, el refinado Dr. Lecter vs. el caníbal Dr. Lecter.

    Gizmo es Jekyll. Stripe —el gremlin— es Hyde.

    Gizmo es la persona a la que obligan a mantener las formas de lunes a viernes. Stripe es la persona que quiere desbarrar el fin de semana: beber hasta reventar, que la música haga temblar las paredes y meter los dedos en un enchufe por una apuesta. (Ah, estos gremlins son precursores de los retos virales).

    Nada tan fascinante como un gremlin en acción. No queremos ver un osito de peluche viendo películas. Esto lo hacemos todos.

    Blanca Navidad, verdaderamente blanca, de clase media

    Los gremlins disfrutan burlándose de lo establecido: la autoridad, la familia y las costumbres. ¿Y qué mejor escenario que un bonito pueblo de clase media acomodada en plena Navidad?

    Las víctimas

    Los primeros asesinos de cuchillo y hacha eran brazos ejecutores de la moral conservadora. Los gremlins atacan a quienes aman el brilli-brilli navideño más que al prójimo. Y mientras los gremlins hacen sus tropelías, son testigos de cómo un clérigo no socorre a uno de sus feligreses, y los policías se desentienden del caos para volver a casa.

    Hedonismo y teatralidad

    Pero el verdadero éxito de Los gremlins se debe a que representan a los jóvenes desencantados de los 80 que no vestían trajes a medida y no conducían un deportivo. Aquellos que con trabajos precarios o la paga semanal de sus padres obreros se refugiaban en una discoteca el sábado noche. (El mismo público que hoy abraza al Joker de Joaquín Phoenix).

    Peter Cushing, patrón de los creadores de monstruos. La maldición de Frankenstein (1957).

    Receta para hacer un monstruo icónico

    Al comienzo vimos que el monstruo del capitalismo no tiene rostro, nos conoce demasiado, envenena nuestras mentes con deseos, nos esclaviza.

    Ahora, tras analizar a Freddy y los Gremlins, podemos extraer los ingredientes para crear un monstruo icónico o un personaje memorable:

    1. Memoria colectiva

    Apela a miedos primitivos o arquetipos universales, pero dales una vuelta de tuerca. Freddy invierte el concepto del hombre del saco; los Gremlins subvierten la mascota navideña.

    1. Elementos distintivos únicos

    Cada monstruo necesita algo que lo haga memorable: los guantes de Freddy, las reglas de los Gremlins.

    1. Crítica social enmascarada

    Los monstruos reflejan los miedos o vicios de su época. Freddy critica la hipocresía de las urbanizaciones a las afueras; los Gremlins atacan el consumismo navideño.

    1. Dualidad fascinante

    El sueño no es un refugio, es un campo de batalla. La mascota cuqui se vuelve peligrosa.

    1. Teatralidad

    Los monstruos icónicos no solo matan: actúan como estrellas del rock.

    Con estos ingredientes, quizá pueda dar forma al monstruo del capitalismo o quizá a otros de sus hijos.

    Como cierre, lo prometido: veremos cómo «la receta» puedes aplicarlas a personajes dramáticos y cómicos para que sean memorables.

    Walter White (Drama)

    1. Memoria colectiva

    Walter White apela a varios miedos universales: la pobreza, una enfermedad degenerativa y una vida mediocre.

    1. Elemento distintivo único

    El sombrero pork pie. Cuando Walter se lo pone, desaparece el profesor de química y emerge Heisenberg.

    1. Crítica social enmascarada

    El sistema sanitario insuficiente frente al cáncer. La precaridad de las personas con estudios superiores. Perversión del capitalismo que empuja al crimen o la picaresca.

    1. Dualidad fascinante

    Walter White vs. Heisenberg: el padre abnegado vs. el criminal despiadado, el profesor fracasado vs. el genio del mal.

    1. Teatralidad

    Maestro de la puesta en escena para intimidar: reuniones de negocios en un desgüace o en el desierto. Es consciente del poder de sus palabras: «Yo soy el peligro», «di mi nombre», «soy el que llama a la puerta». Frases que se grabaron en la cultura popular como mantras de poder.

    Como científico, la teatralidad no es instintiva, está calculada.

    Sheldon Cooper (Comedia)

    1. Memoria colectiva

    Sheldon encarna el miedo a ser diferente, inadaptado, malinterpretado.

    1. Elemento distintivo único

    Su ritual de llamar: «Toc, toc, toc, Penny», que revela su necesidad neurótica de control

    1. Crítica social enmascarada

    La sociedad malinterpreta la diferencia como amenaza. Sheldon sufrió acoso escolar. Cuando quiere hacerse amigo de un niño en una librería, tememos que lo confundan con un pederasta. En estas situaciones, las risas enlatadas nos dicen que riamos, pero nos sentimos incómodos.

    1. Dualidad fascinante

    El genio brillante vs. el niño vulnerable que solo quiere pertenecer y ser comprendido. En un momento de catarsis pasa de «Spock, llévame contigo» a llorar porque el vulcano lo quiere apartar de la madre.

    1. Teatralidad

    Su necesidad de control le lleva a ser director de escena de las vidas ajenas. Como un divo del teatro, sabe cómo ser el centro de atención. Todos deben seguir su guion o el show se arruina. «Porras, ya no importa», dice cuando en una situación agradable encuentra un pequeño desajuste a su guion.

    Ahora que tengo los ingredientes para crear un personaje icónico, espero encontrar un monstruo que fascine a Mo.

    Los miedos de nuestros días están esperando que les demos formas.

    Si tienes un guion de corto o largo, puedo ayudarte con la reescritura

    envíame un correo a javiguion@lasolucionelegante.com

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