Llevar de la mano al público. No porque el público sea un niño sino porque lo amamos. Aparece esta idea en mi cabeza tras haber visto el corto de animación taiwanes titulado Out of sight (Fuera de la vista) creado por Ya-Ting Yu, Ya-Hsuan Yeh y Chung Ling.
En este corto, una niña invidente descubre el mundo a medida que toca, huele y oye lo que la circunda.
Nosotros, los que escribimos ficciones, comenzamos a escribir en la oscuridad, como la niña y no vislumbramos el final. Con paciencia, palabra a palabra, abrimos el camino. Cada palabra funciona como un toque de varita mágica que revela algo nuevo, algo que antes no estaba ahí hasta que lo nombramos.
Cuando el guion, el relato o la novela, está «listo para enviar», el proceso recomienza. Esta vez, nuestras palabras guían a otros en la oscuridad: partiendo del lector cero hasta que la novela o la película llega al público. Este público se adentra en el mundo de nuestra mano.
El público no ve más mundo que el enmarcado en la pantalla o la hoja de papel. El resto del mundo aparece a medida que lo mencionamos, al igual que los personajes hablan y se mueven.
El público recrea de manera pasiva el proceso que nosotros hemos vivido de manera creadora. El espectador confía en nosotros. Por supuesto que el público quiere sorpresas como que una pelota que cae al suelo y se convierta en un gatito, pero no acepta estafas.
El público quiere ciertas certidumbres: no sobre qué ocurrirá; quiere saber si nosotros somos los guías adecuados para la aventura ya sea esta por arenas movedizas, un empedrado al infierno o un camino de baldosas amarillas.