En la España contemporánea, los empleados no usan la construcción «don» y «doña» ni «señor» y «señora» en el lenguaje oral para referirse a sus superiores.
Puedes detectar un guion de principiante ambientado en nuestros días cuando en los diálogos aparece la construcción:
señor/a + apellido
Unos ejemplos que suenan extraños al oído en los guiones:
«Soy la secretaria del Sr. Fulano».
«La Sra. Menganita le llamará para ultimar el contrato».
«Si el Sr. Fulano me diera el sábado libre…»
En España decimos:
«Trabajo para Pepe Fulano».
«Lola Menganita le llamará».
«Si Pepe me diera el sábado libre…»
En España, en el lenguaje contemporáneo, decimos Sr. Fulano o Sra. Menganita como broma o crítica:
«Sr. Fulano, ¿qué excusa tiene hoy?», dice con sorna el profesor al alumno que llega tarde.
«Sr. Fulano, ¡cuánto tiempo!», dice el amigote acercando la mano.
«Su desayuno, señora…», digo a mi mujer imitando a un mayordomo inglés.
«Sí, lo hizo… el señor Fulano», con retintín, dando a entender que Fulano no es un señor.
Sí que escuchamos, y no suena extraño, en telenovelas ambientadas antes de la Guerra Civil española expresiones como:
«La señora Lola me manda por vino».
¡Ojo! En estos casos, señor o señora va seguido del nombre de pila y no del apellido.
Aparte de estas y otras excepciones que tú conoces, se emplea SEÑOR o SEÑORA SIN APELLIDO cuando nos dirigimos a una persona que no conocemos (por lo general de la tercera edad) que no conocemos:
«Señora, el bolso», porque la señora de cierta edad se la deja en la silla.
«Perdone, señor, ¿es suyo el coche…?»
«¡Vaya con la señora!», cuando consideramos que la señora ha sido grosera.
Señor y señora también los emplean las personas que trabajan de cara al público para dirigirse a los clientes de cualquier edad:
«¿Qué van a tomar los señores?», dice el camarero.
«¿Qué le parece esto, señora?», dice la dependienta de unos grandes almacenes mostrando una prenda.
«¿La señora de la casa?», dice un televendedor.
También está el uso en plural para dirigirse a una multitud:
«Señoras, señores del Ateneo…», dice el orador a los asistentes a una conferencia en una institución pública o privada.
«Señoras y señores diputados», dice el político en la tribuna.
«Señoras, señores, les rogamos que desalojen la sala con calma», dice la persona responsable de la seguridad en un recinto.
Con las excepciones apuntadas, la construcción «soy la secretaria del Sr. Fulano» es un error en un guion. Quizá se debe a la literatura y al doblaje de las películas:
«¿No es cierto, Sra. Stevenson que usted no vio al Sr. Smith aquella noche?», dice el abogado defensor.
«Sra. Fletcher, soy un rendido admirador de sus novelas», dice el detective de Nueva York.
«Sra. Lilibeth, ¿le gustan las caléndulas?»
Estas frases, que suenan bien en boca de los dobladores españoles, suenan artificiales en boca de los actores españoles. No son expresiones habituales en el lenguaje diario.
Lo mismo que señor y señora deberíamos tener cuidado con el uso de don y doña.
Jamás escucharemos «soy la secretaria de don Pepe» salvo que ese don vaya con retintín. De don y doña se puede decir lo mismo que de señor y señora: cuidado con usarlo.
Conviene prestar más oído a las personas de carne y hueso que a los doblajes de las películas.