Trabajar con tristeza y sobre la tristeza

En cierta ocasión escribí varias escenas dramáticas de un guion en medio de lágrimas. Creía que la vida me partiría en dos. La escena era trabajo remunerado y urgente. Los lloros no pagan las cosas. Releí la escena varias veces. Pensé que era perfecta.

La productora devolvió el guion con una nota: americanada. Tenía razón. Tocaba reescribirlo.

Mi pena existía, aunque mitigada, y me permitía reescribir sin estar embargado por las emociones.

La paradoja del comediante de Diderot se cumplía: el artista no puede recrear el dolor en medio del dolor sino una vez que ha recuperado la calma.

En pleno dolor emocional uno se queja e insulta a quiénes toma como culpables, lo sean o no. No puede describir cómo se siente ni cómo ha llegado a sufrir. Es como describir qué sentimos en una montaña rusa mientras estamos en bajada.

Aparte de estos dolores más o menos pasajeros, está el dolor como compañero cotidiano. (Un suicidio cotidiano, según Balzac). No se está en una montaña rusa en bajada sino de pie en un autobús atestado y maloliente. Aquí uno es consciente de todo.

Patricia Highsmith dijo que un poco de tristeza puede venir bien para la escritura. Quizá la melancolía ni el dolor puedan ser tratada con párrafos de 650 palabras como el dolor de muelas con paracetamol 650 g. Quizá no, pero de alguna manera nos mantiene adelante.

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